Es normal sentirse triste y abatido cuando se
pierde a un ser querido, o angustiarse cuando se rompe una relación
sentimental, se pierde el trabajo o la casa, afirma el psiquiatra Luis
Rojas Marcos quien opina que "la mayoría de la población occidental es
razonablemente feliz, incluso, pese a la crisis".
El problema, que quizá tiene algo que ver en que se crea que ahora
somos menos felices, es que "a la gente le da apuro decir que es feliz
porque al final cae mal, parece insensible", y a que "el cerebro está
programado para hacernos pensar que somos más felices que el resto",
señala en una entrevista a Europa Press, con motivo de la publicación
'Secretos de la felicidad'.
El libro que engloba secretos, datos y conocimientos sobre la
satisfacción con la vida en general, "que es como se conoce a la
felicidad cuando se la estudia", explica la base genética de la
felicidad, pero no da la fórmula para conseguirla, fundamentalmente
porque "no existe", aunque sí muestra qué "es lo que nos defiende de la
infelicidad".
Y para conseguirla es "indispensable tener cubiertas las
necesidades básicas", ya que "no se puede tener una alta satisfacción
con la vida en general si no se tiene una casa, un trabajo, comida,
etc".
Empezando por el principio, la felicidad depende de la interacción
de las directrices programadas en los genes, que se heredan de los
padres, y con otros factores externos, como los estímulos que se reciben
del entorno familiar, social y cultural en el que se crece.
"Igual que los genes que están programados para proteger la
supervivencia, desde que nacemos tenemos una serie de protectores de la
satisfacción con la vida", que "no es un don exclusivo ni excepcional",
se trata de una cualidad natural programada en los genes, que
"protegemos con las dotes que todos traemos al mundo y de las que
hacemos uso en cada momento".
Para defendernos de la infelicidad utilizamos el instinto, de ahí
que sea común compararnos ante situaciones dramáticas con gente que está
peor. Así, recuerda que tras el paso del huracán Sandy en Estados
Unidos, aquellos que se vieron afectados al ser preguntados por su
satisfacción con la vida siempre daban una puntuación positiva tras ver
que a su alrededor había familias que lo habían perdido todo, "eso no
significa que deseemos que a otros les ocurra algo; sino que es un
instinto que nos ayuda a estar satisfechos".
La memoria es otro protector instintivo, "es un órgano programado
para olvidar lo malo, en la memoria vamos cambiando el recuerdo,
reproduce y reconstruye el recuerdo de negativos a positivos", esta
acción ayuda a recobrar la satisfacción con la vida, "a perdonarnos a
nosotros mismos, a perdonar a los demás, a no culparnos, etc".
Así, explica, los recuerdos que se guardan revelan mucho sobre el
nivel de satisfacción con la vida; mientras, el olvido es una cualidad
muy útil para vivir, especialmente al resolver conflictos de
convivencia.
Aunque el ser humano esté programado genéticamente para ser feliz,
"por muy potentes que sean los genes", existen casos en los que el
entorno no propicia el desarrollo a esa satisfacción por la vida. En
este sentido, Rojas Marcos pone como ejemplo aquellos niños nacidos en
entornos desestructurados y violentos, donde "no cabe duda que van a
tener más dificultades a la hora de desarrollar una autoestima".
En estos casos, "el medio en el que crecen va a minar esas
tendencias naturales de satisfacción" sobre todo, si se tiene en cuenta
que, "tiene una gran influencia en la época de desarrollo". Además,
añade, "los seres humanos tenemos un límite en la cantidad de
sufrimiento que podemos tolerar, hay un nivel de sufrimiento que en
ciertas personas no es posible superar".
No obstante, "la mayoría de las personas tienen capacidad para
superarlo" y, añade, a lo largo de la vida nadie se libra de crisis o
situaciones dolorosas y, sin embargo, "tiene que haber algo que nos haga
sentirnos razonablemente bien a la especie humana" ya que, como
recuerda, la población sigue aumentando y cada día se vive más.
"No hay formulas mágicas", afirma el psiquiatra y profesor de la
Universidad de Nueva York (EEUU), pero la felicidad, recuerda, "está
cargada de connotaciones" y, del mismo modo, esas connotaciones hacen un
todo en el que se puede medir la satisfacción con la vida. Y entre los
ingredientes más frecuentes para sentirnos felices se encuentran las
relaciones con los demás --familiares, sociales o laborales--, así como
la satisfacción con uno mismo.
Asimismo, destaca el sentido el humor que "es algo muy serio",
porque ayuda a mantener una saludable distancia emocional de las
agresiones a la felicidad; el optimismo que "es la envoltura
indispensable de esa facultad, exclusivamente humana, que es la
creatividad"; y la importancia de sentirse competente y eficaz y pensar
que se controla la vida, "sentimientos positivos que nutren la
autoestima".
Así, destaca la naturaleza de la autoestima que es "subjetiva,
invisible y escurridiza"; en general, es un sentimiento que acompaña a
la valoración que hacemos de nosotros mismos y, también, el conjunto de
aptitudes y rasgos de nuestro carácter que valoramos.
"Una fuente de felicidad es tener una autoestima razonable; es una
fuente de felicidad para mucha gente, ya que lo más importante para uno
es uno mismo", asimismo, afirma que "las personas extrovertidas que
narran sus situaciones difíciles tienen más facilidad a la hora de
superar momentos difíciles", ya que "al contar se organizan los
sentimientos y los miedos".
Por el contrario, el peor verdugo del instinto de felicidad y el
más frecuente es la depresión, que daña la autoestima y la confianza en
uno mismo, impregna de negatividad y de remordimientos la perspectiva
del ayer y roba la esperanza en el mañana.